
Las mujeres tenemos una relación ambigua con nuestro cuerpo. Lo cuidamos y mimamos hasta el exceso y, sin embargo, nunca nos sentimos satisfechas con él. Muy pocas se quejan de la falta de peso, lo normal es sufrir por su exceso, sea real o no. Siempre he dicho que en la maldición bíblica que condena al hombre a trabajar y a la mujer a parir con dolor tras la expulsión del paraíso falta añadir: "Y te pasarás toda tu vida a régimen". ¿O no es una cruz sufrir desde la infancia la tiranía de los kilos, el vello, las arrugas, la falta de agilidad y elasticidad, la pérdida de atractivo y demás atributos "femeninos"? Nos enseñan desde la cuna a ser atractivas, a pasar horas delante del espejo, a sacrificarnos para mantener un aspecto lozano aún en las situaciones más adversas. Si hay que pasar frío, se pasa, pero lucimos a toda costa ese vestido de tirantes que pensamos nos hará ser el blanco de todas las miradas. No importa el sacrificio de renunciar a nuestros manjares preferidos, somos esclavas de la lechuga y el queso desnatado con tal de seguir poniéndonos esos vaqueros ajustados que significan nuestro poderío físico.
Pasados los cincuenta, incluso antes, es prácticamente imposible estar "divina de la muerte", salvo excepciones que jamás confesarán cómo consiguen ese aspecto envidiable, pero el resto de las mortales sabemos que los músculos pierden elasticidad y fuerza con cada cumpleaños, que la piel se apaga y arruga, que los huesos se vuelven más frágiles y que nuestro amado/odiado cuerpo cambia irremediablemente. Cuesta aceptarlo, y hay quien no lo hace, por eso resulta patético ver mujeres maduras empeñadas en aparentar tener veinte o treinta años menos.
Hoy nadie duda de la importancia del ejercicio físico para estar bien a cualquier edad. Cuando yo estudiaba la asignatura en cuestión se llamaba Gimnasia y era impartida por profesoras de la Sección Femenina que jamás se pusieron chándal y zapatillas. Daban órdenes sin apenas mover un músculo. Nosotras debíamos llevar unos odiosos pololos bajo la falda, qué ridiculez, por Dios, y qué incomodidad. Nos desplegábamos estilo militar y hacíamos unos ejercicios tontorrones que en nada se parecían a lo que hoy se practica en cualquier clase de Educación Física y no digamos en un gimnasio. Yo pisé uno por primera vez a los treinta , y sigo acudiendo a él regularmente, aunque tengo épocas de alejamiento y dejadez por diversas circunstancias. Así descubrí que tengo cantidad de músculos cuya existencia desconocía hasta que empezaron a dolerme, y aprendí que se llaman cuádriceps, gemelos, tríceps, abdominales inferiores, y una larga lista que ríete tú de la asignatura de Anatomía. Hay que trabajarlos y estirarlos, moldearlos y sentir cómo se van volviendo más flexibles con el ejercicio continuado.
Me gusta pasear al aire libre siempre que puedo, correr un poco, hacer algún ejercicio... Según los médicos, eso es suficiente para estar en forma y mantener la tensión en su sitio, que es lo que yo necesito. Pero debo confesar que lo practico menos, sobre todo en invierno, con los días tan cortos. Ahora que van alargándose es más fácil encontrar un rato para salir y disfrutar.
Ahora estoy de baja, porque me he fracturado una muñeca...cuando me recupere del todo, espero volver a hacer footing, y disfrutar del deporte como siempre lo hice.
Disfrutad de la vida y el deporte, y por supuesto una alimentación super sana...Os quiero , ser felices.
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